miércoles, 7 de octubre de 2009

El insulto


Hubo un tiempo que fue hermoso. Me sentía plenamente libre y feliz. Contaba tan sólo diecisiete años, y disfrutaba de los maravillosos vientos de las noches acompañada por numerosos amigos. Hacía muy poco tiempo, habíamos realizado el viaje de egresados con mis compañeros y con otra escuela más. En ese viaje nos hicimos muy amigos con los chicos del otro colegio, así que cuando regresamos, cualquier excusa era buena para reunirse.
Entre tantas personas, estabas vos. Llevabas un andar pausado, tranquilo, una mirada penetrante y cautivadora, una voz segura de cada palabra y una sonrisa que despertaba a cualquiera.
Una noche no muy especial, nos reunimos una vez más, éramos pocos, sólo cuatro. Que casualidad maravillosa, entre esas cuatro personas estábamos vos y yo. Como era costumbre, nos reunimos en la casa de Joaquín, luego llegaste vos y me saludaste con una calma que se sorprendió. Nos buscó Edgardo, el profesor con buena onda que nos llevaba siempre a pasear por ahí.
Terminamos en el puerto, tomando vaya a saber qué cosa. Lo cierto es que no lo recuerdo porque me parecía algo tan insignificante. La conversación de a cuatro se dividió en dos conversaciones de a dos. Mientras Joaquín y Edgardo debatían sobre religión, política y vaya a saber que otras cosas más, vos y yo impregnábamos la conversación de de las ganas que nos consumían por dentro, ya que mientras más nos mirábamos, más nos dábamos cuenta lo fascinados que estábamos el uno con el otro.
Me recriminaste un beso que no te di, me mirabas a los ojos con una seguridad implacable, y yo como podía me defendía de los ataques masivos de las ganas de besarte, de quedarme contemplando esa mirada tuya. Así fue que, de a poco me iba perdiendo dentro de tus ojos, escuchaba tus palabras y jugaba dentro de ellas. A veces me enredaba y caía, pero en otras bailaba y llevaba el ritmo como me gustaba, dejándome encantar por la situación, haciendo de esa noche, una sola luz.
Pero hubo un momento que detuvo la emoción. De tu boca salió un insulto particular, un “puta” te surgió de adentro, y yo me ofendí tanto que me prometí nunca más mirarte. Por más que me explicaras una y otra vez que tu insulto iba referido a la situación, yo me encerré en eso y no quise escuchar nada más. Te creí, pero quería disimular y ver cómo te las ingeniabas para evitar que me fuera enojada.
A pesar de mis forzosas ganas porque el amanecer no llegara nunca, era inevitable. Poco a poco, la noche se nos terminaba. Yo quería quedarme, seguir mirándote a los ojos por el resto de mis días, sentir tus abrazos envolviéndome con un amor imposible de explicar. Pero no pudo ser y nos despedimos, aplacando nuestras ganas hasta un nuevo encuentro. Esa noche fue única porque me perdí y al mismo tiempo, me encontré. Esa misma noche me di cuenta, cómo poco a poco, mis tropas comenzaban a rendirse frente a vos.

1 comentario:

  1. Quisiera por favor, que no dejes de escribir nunca,por más que te enojes con lo que te sale. A mi me gusta.

    ResponderEliminar