jueves, 23 de septiembre de 2010

Don Alejo, el abuelo.

A lo largo del viaje, mientras uno va viviendo, soñando y buscando los caminos que despierten la buena música del alma, va regando con recuerdos sus raíces. A medida que uno crece y se va haciendo más fuerte, se da cuenta realmente de qué barro está hecho.
Y la verdad es que a diario me doy cuenta que llevo tu sangre en mis venas, que las cosas que te hacen feliz, también son las que me sacan las mejores sonrisas. Cómo no percibir que soy tan nieta tuya como la lluvia que le pertenece a los cielos… Desde que era una nena fuiste unos de mis pilares más importantes. Me enseñaste que la vida es estar con las personas que amamos, es compartir una comida hecha con nuestras propias manos, es compartir una tarde de mates, es escuchar tus historias con el mundo y las batallas que solito fuiste peleando para lograr todo lo que hoy tenés a tu alrededor. Tanta mezcla de sangre, entre gringos y criollos, hizo de vos un guerrero argentino que se destruyó las manos trabajando toda la vida, con sol, con sombra, con lluvia, con frío y con mucho más calor. Tu vocación de albañil es indiscutible. Sin embargo, para mí sos un artista que con sus manos, crea cosas maravillosas. Tal como hiciste aquella casa que fue el hogar de mi infancia y el espacio perfecto para forjar mis mejores recuerdos de aquél tiempo feliz.
Me llenaste con tus enseñanzas, me convertiste en gran parte de hoy soy, como la mayoría de los nietos. Siempre fuiste experto malcriándonos a todos, teniendo siempre algún caramelo o moneda para que la sonrisa brotara en nuestras caritas; nos diste a probar los sabores más ricos sentándonos en tu falda, porque comer el asado con vos es prácticamente una religión; pusiste tus manos en hamacas y autitos para que tuviéramos con qué jugar cada vez que íbamos a visitarlos a vos y a la abuela; jamás te enojaste y a mi particularmente, me contagiaste los vicios más placenteros: el mate y la guitarra. Desde muy pequeña te escuché cantar y te vi tocando esa caja de madera que yo no conocía, pero me intrigaban los sonidos que de ella sacabas a diario. Me cantaste, me mostraste lo maravilloso de la música, entre mate y mate, y así me forjaste.
Hoy me siento orgullosa y feliz de poder llevarte mi propia guitarra para que sigas tocando y para que me sigas cantando, mientras aprendo mirándote.
Gracias por llenar de vos mis días, gracias por darme el color de tu piel y tus lunares, tus pasiones, tus ganas de vivir y por darme tanto amor. Gracias por ser mi eterna cruz del sur y mi ejemplo constante.
La creación tiene que seguir estando a cargo de los dioses, porque vos no sos un Gómez cualquiera, fuiste hecho con otras tierras, mojado con los elixires más puros de la lluvia. Sos un guerrero amasado con barro valiente. Y gracias a los mismos dioses, llevo tu sangre recorriéndome las venas.
Pero como todos, te querés hacer pasar por normal y te andas tropezando por ahí para demostrarnos que no estás tocado por una varita mágica y que cometes los más humanos errores. Viejito, a los tropezones los superamos, a las lastimaduras las curamos. Pronto vas a andar de nuevo, caminando por el patio, amasando tortas, haciendo tus increíbles asados y bailando un chamamé con tu compañera de vida que mima como nadie. Y ahí vamos a estar todos, mirando y sonriendo, pensando: “¡Este viejo es increíble!”
De hecho, lo sos. ¡Gracias por ser!