miércoles, 4 de agosto de 2010

Una carta

No sé si algún día leerás estas líneas. Sin embargo, siento la profunda necesidad de redactarlas para tus ojos. Tal vez la distancia que nos separa se llene un poco con palabras que quisiera que leyeras; o tal vez es este vacío inmenso, interminable y sin dudas, insoportable que hay dentro de mí desde que ya no comparto charlas con vos merme.
Llevo conmigo una parte crudamente masoquista que sólo quiere hacerse daño con ilusiones fantasiosas pero por otro lado, sigo manteniendo mis sueños apasionados, con alas propias listas para volar cuando vos lo dispongas. Seguramente ya no me recordás o quizás ni siquiera te importe saber qué carajo es de mi vida. Sin embargo, mi alma se ve en la tremenda necesidad de contarte: he conseguido trabajo. Es un paso hacia delante con mis planes de independencia, pero un fuerte retroceso en mis deseos de recibirme rápidamente en la facultad. Dejé de cursar éste año y me dediqué solamente a rendir las materias que ya tenía cursadas. Pero, desde que empecé a trabajar en la empresa no he podido tocar un solo apunte ya que cumplo un horario de comercio y cuando llego a casa solo quiero comer y dormir, al mejor estilo “obrero del trabajo alienado” de Marx. Es paradójico, pero extraño tanto levantarme a las 6:00 a.m. a leer textos larguísimos, aburridos y mal fotocopiados mientras desayuno y de fondo escucho la radio bien bajita para cortar con el incómodo silencio. Ya no estás vos en frente mío para hacer que mis mañanas tengan un tinte distinto cada día, preparándome el café con leche y retándome por la cantidad de cucharadas de azúcar que le ponía a la taza, sintiendo ese olor exquisito que denota que estás calentando facturas o biscochitos para acompañar la leche. A veces la radio se ríe un poco de mí y de la soledad que me rodea y escucho aquellos acordes únicos de la guitarra mágica que me enseñaste a escuchar; es entonces cuando Petinatto me da el golpe certero y empieza a elogiar a ese guitarrista sublime que conforma a esa banda gloriosa y bien rockera, no es para menos. El problema es que escuchar Led Zeppelin sin vos es como tocar un libro, olerlo, ojearlo y no poder leerlo; o querer mirar la luna y que el cielo esté nublado y no poder ver nada. Uno se trepa en la esperanza del primer momento del recuerdo, hasta que cae de golpe al piso y se da con la cara de lleno contra la dura realidad de la ausencia.
Hubo ciertos momentos en el trabajo en los que te evoqué tanto. Ojalá pudiera explicarte lo inexplicable. Entra gente en el negocio a preguntar precios mientras alardean todo el tiempo del dinero que tienen y de lo importantes que son. Y yo me río por dentro y paso por la película de mi cabeza esas charlas eternas en las que hablábamos de la injusticia, la desigualdad social y de nuestros proyectos de cambiar el mundo: vos desde la comunicación y yo desde la educación. Y se me caen las lágrimas cuando en el recuerdo aparece esa frase tuya: “¿Cuándo querés que tengamos a nuestros hijos, antes o después de cambiar el mundo? Mejor después, así ya viven en un mundo mejor.” Esa esperanza, esas ganas, esa sonrisa hasta el día de hoy es mi bandera para seguir luchando por tus hijos que ya no serán míos pero quiero que vivan felices en el lugar que juntos soñamos alguna vez.
Y así voy, intentando caminar. Espero que vos te encuentres bien, después de todo, sé que tenés mucha gente que te ama y te cuida a diario. De momento, yo sólo quería compartirte lo que ya he dicho. Lo extraño es que sigo adelante pero marcada por todos lados y se me complica mucho no mirar para atrás y volver a abrir ese tentador baúl de hermosos recuerdos que juntos supimos llenar de vida. A veces me cuesta caminar sola por la peatonal; más jodido es cuando me cruzo con algún desubicado que usa el mismo perfume que vos y me llena el aire con tu aroma, y es ese el momento en el que me doy por vencida y me digo que no puedo. Puta madre, que valía la pena estar viva cuando me despertaban tus besos y esa voz suave, susurrando el “buen día” en la oscuridad. Detesto haber agarrado la maldita costumbre de dormir de un solo lado de la cama, dejando espacio para uno más.
Tan poco espacio repleto de tanto en tiempos cortos…
Me despido con una sonrisa. Después de todo, no me dejaste ni una sola gota de veneno para que sufra. Todo ha sido un placer imposible de explicar y también de re-vivir. Espero sepas que fui muy feliz y que, a pesar de los ácidos dolores, siempre te amé como creo, no voy a amar jamás. No hay palabras ni canciones ni libros ni pinturas o fotos que puedan dar fe de la felicidad que me invade cuando me doy cuenta de todo lo que compartí con vos, pero ojalá te lleves con vos la certeza de que sos lo mejor que me pasó en la vida y sos el amor de mis días (los que pasaron, los que hoy son y los que vendrán). Cuando alguien pregunte sobre el destinatario de éstas letras sólo diré que se trata de algún tocayo del autor de “La Divina Comedia” que tiene un andar pausado, tranquilo, casi como bailando por el mundo. Diré que vos también escribís y que haces de las letras, un arte exquisito.