lunes, 28 de septiembre de 2009

Las llaves


Era sábado, una tarde maravillosa, bañada por el sol primaveral. No había mucho para hacer, así que busqué un alma amiga para que me acompañe a volar por ahí, entre cielos profundamente azules y un sol dispuesto a quedarse hasta que llegáramos a la orilla del río, así lo veíamos unirse con el agua y tiñera el borde de la unión con un naranja intenso.
Sólo había un camino, el de ida. La vuelta la dejábamos olvidada mientras nos colgábamos de un par de estrellas, frente a un río sereno pero no por eso menos imponente. Así fue cómo, a la orilla, mientras caminábamos por la arena mojada y recordábamos los momentos felices de la niñez, nos hicimos hermanos.
Ambos nos regalamos los relatos que nos parecían significativos, y que nadie entendería. Y nos reíamos mientras nos veíamos recordar a esos amores que nos marcaron a fuego el corazón. Estabamos "subjetivados".
El cielo era inmenso. No me alcanzaba la vista para contemplar tanta belleza junta, miles de estrellas, una luna enorme y no sé exactamente cuantos millones de recuerdos que me hicieron nombrar una y otra vez el nombre de ese hombre que hizo nacer al amor en mí, y sigo esperando que muera...
Y aunque se me quebrara la voz, y tuviera un hombre atravesado en la garganta, pude contar y contar, sin miedos, sin reservas. Y mientras contaba, me daba cuenta que todo lo que decía iba cosiendo, poco a poco, una cicatriz. A pesar de que no sanó del todo, comienzan los pasos por lograr que otro Dante más nazca y muera en una Florencia.
El alma amiga me acompañó, me escuchó y me dejó volar. Nunca tan agradecida a la vida por cruzarme con un alma sensible que entiende el dolor que me incendia por dentro, quemándome de a poco los restos. Hubo un viaje de vuelta. Pero yo me perdí. Sólo me encontré cuando caí en la realidad de que estaba nuevamente entre calles de asfalto y mucha iluminación, que apagaba mis estrellas. Aunque los viejos recuerdos se hayan guardado adentro otra vez, voy creando nuevos recuerdos. Y eso, sin dudas, me hace feliz. El compartir llaves con otros hace que este camino cobre nuevos sentidos.

sábado, 19 de septiembre de 2009

El ensordecedor latido de tu frágil corazón.


Durante semanas, mientras peinaba su pelo frente al espejo lo ensayó, lo actuó y hasta se lo creyó.
Se inculcó que ya no había nada, mucha agua o quizá no tanta, pero limpia había pasado bajo el puente.
Había construido mundos ideales sin él, con él siempre presente.
Los cimientos del castillo ideal de su vida nueva, estaban construidos con partes irremplazables que él le había prestado, que no le quería quitar, de buen tipo se las dejaba, pero ella ya había resuelto devolvérselas o echarlas al fuego del olvido dejando inestable todo.
Ella lo había dejado porque temía que la rutina terminara por lastimar de lleno a ambos, pero rondaba la certeza de que el amor estaba intacto, sin embargo, no lo notó. Más tarde se dio cuenta de que el muchacho era el aire que le daba vida, pero era tarde, la soledad era su condena, pero no estaba condenada de por vida.

Esa noche, en la que quiso festejar algún logro personal, era igual a todas en las que su amor no había estado, (aunque ella siempre lo llevara bien presente, sintiéndolo por todos los rincones) monótona, sin guitarras ni besos ni abrazos, pero apacible.
Tal vez, luego de tantas horas de ensayo frente al espejo, varios litros de lágrimas derramados y miles de lapiceras que gritaron su nombre, le habían calmado el corazón y “si me lo cruzo será algo más, algo que tiene que pasar”, dijo al aire.

La oscuridad caminaba tranquila de la mano con las estrellas, todas sin apuro iban hacia donde van siempre, a chocar de lleno con el sol y las nubes. Y así se veía terminaría esa noche, en un encuentro, ¿Evitable? Quizá ¿Necesario? Totalmente.
La mujer acomodó con su índice un mechón de pelo que se posaba acariciando su frente, no lo notó, pero suspiró y miró buscando a alguien. Pese al detalle de la expectativa de un encuentro no esperado, era dueña de todo el lugar, manejaba sus palabras y silencios a placer.
Dominaba su forma de expresarse con las manos y pintaba todo cuando sus pestañas, amigas de sus parpados, bajaban y subían.

Sentía que lo que tanto había añorado, la calma, la alegría de poder rehacer su vida, estaba empezando a concretarse. Se vio parada frente a un gentío que la hacía sentir cada vez más segura y con más ganas de reír.
Nadie susurraba su nombre por lo bajo con la voz parecida a él y hasta escuchó una canción que lo nombraba en cada sílaba y pensó con una hermosa sonrisa que ya no lo extrañaba.

Pero claro, los Dioses, como los hombres, no se divierten viendo en la fuente del destino, historias que no tienen complicaciones, por ello vaya a saber cual de los despiadados decidió que él se corporice. Su presencia tomó a su mundo construido de a poco y lo sacudió. Lo agarró por un extremo y sin quererlo le dio de patadas, lo lanzó hacia arriba y no lo abrazó cuando caía, prefirió que se azotara contra el piso y tomó una pala y tapó los rastros de lo sucedido con un piadoso “hola”.

Con la garganta hecha un nudo (los cuales utilizaba su corazón para poder treparse hasta su boca y poder abandonarla) y con sus ojos convertidos en un mar verde, murmuró las maldiciones más profundas que pensó nunca podía esgrimir. "Deje salir un par de risas estruendosas para evitar una cascada de lágrimas, e intenté reincorporarme, a pesar de que el cuerpo me temblaba como una hoja, y un escalofrío helado me surcaba por dentro, mezclándose con una sangre que hervía y corría apurada para llegar al músculo latiente que parecía, me iba a explotar", me contó, aunque no era necesaria la aclaración, yo le había visto la cara, sabía lo que le pasaba.

Sin embargo, levantó su frente digna, su pecho fuerte, sus manos y piernas temblorosas y decidió irse. Su corazón tardó más, pero también se fue, estaba mareado de tanto golpearse contra las paredes de su cuerpo yo lo escuché, de lejos, “Dante”, decía.


Autor: Fermín Tristán Balbuena.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Entre Muros


Eduardo Galeano, un escritor uruguayo magnífico dice que nunca es posible callar a la voz humana. Que cuando no se habla con la voz, se habla con las manos, por los poros o con los ojos... Es imposible el no decir...
No puedo callar, así que una vez más te hablo encerrada entre las paredes del silencio que seguís eligiendo. Me entrometo entre las ranuras de mis palabras y los silencios de tu ausencia para dejarte desde ahí, todo lo que me invade. Te hablo desde mis ojos hinchados por derramar lágrimas, te hablo por medio de ésta voz traicionera que se entrecorta por momentos cuando te nombro, te hablo a través de los latidos empedernidos de un corazón que late y se alimenta de vos y por vos... Por los recuerdos que nos regalamos mutuamente.
Hablo sin decir palabras, hablo sin pensar. Hablo por los poros de ésta piel que se eriza por completo cuando traigo a mí los recuerdos de los momentos más altos de nuestra unión, ese amor combinado con altas dosis de locura que alcanzan un nivel de imperfección exquisito.

La pasión del decir es esto... Es la imposibilidad de callar. Porque aún cuando todo parece estar marea en contra, cuando todo parece no tener una salida, el cuerpo humano se hace mensaje y deja salir todo lo que a la boca le impiden soltar, mezclándose entre gestos, miradas, sonrisas y lágrimas. Las palabras van tejiendo, poco a poco, el mapa del sentir que el cuerpo transmite. Las palabras, que parecen vacías, se rompen entre tantos sentimientos acumulados. Hoy, las paredes quieren encerrarme, y es entre éstos muros que mis palabras encuentran un pliegue por el cual se escapan y pueden decir que entre un montón de errores el amor se expande cada vez más asfixiando los espacios vacíos y los llena de vos, sintiendo que ni éste cuerpo ni ésta voz o éstos ojos son míos, sino que son los medios por los cuales te digo que aún hoy te amo, cómo el primer día, sintiéndote en mi alma y llevándote conmigo siempre.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Bocanadas de Aire.


Resulta increíble caer en la cuenta de que cada vez que respiro vas calando más hondo dentro de mí. Ahora soy consciente de que, con el tiempo, haz creado una especie de tejido nervioso que me invade por dentro y me descoloca en los días, que pasan lento, sin ganas de apurar.
Podría pedirte amablemente que te retires de mis recuerdos, de mi vida y de mis sueños pero sigo eligiendo no hacerlo. Mi preferencia sigue siendo pensarte, sentirte y dejar que me desordenes la vida a tu gusto porque sino fuera así, todo se tornaría aburrido y rutinario. Cada día sería exactamente igual al anterior. Y así es cómo mantengo viva a éste alma inquieta, que busca y se llena de vos, de tus miradas sinceras, de tus aromas persistentes, de nuestros días y nuestras noches, reflejando tus triunfos y mis derrotas.
Tomo aire de nuevo y descubro que no puedo sacarte. Es que ya hace años que formas parte de mí. Desde aquella tarde alocada en una terraza, acompañados por un atardecer espléndido de octubre, sosteniéndonos el uno al otro para no caernos, es que siento que somos uno.
Y así es cómo pienso / siento cuán profundo, cuán inmenso es esto. Hasta que punto nos atraviesa el amor, que nos permite sentirnos en otro cuerpo, y a su vez, sentir otro en el cuerpo propio. Es allí dónde se hace enorme, interminable porque se podrá ignorar por momentos, pero no se puede olvidar semejante sensación.
Que equivocada que estaba, que estupidez de mi parte fue el suponer que podía olvidar. Dejé de ser sincera conmigo misma y con los demás, obligándome, engañándome para evitar el dolor… Por eso es que hoy merezco cada lágrima derramada en tu nombre, y ésta culpa como consecuencia de los errores que yo misma cometí es mi dulce castigo. Dejo que mi vida pase una y otra vez en días fríos, y me da un revés. Me completa con tu ausencia más que presente, y desborda por completo cada atardecer con los recuerdos de aquella tarde en la que encontramos una certeza, quiebra mis noches con tus espacios vacíos, dibujando siluetas imaginarias y me abrazo a ella, me refugio en mi propia mentira. Los días de lluvia se impregnan de los rastros de la noche cálida en que dejamos de ser dos, y empezamos a ser uno, uniendo todos nuestros puntos.
Respiro una vez más y te encuentro en mí. Por más vueltas que le dé a éste asunto, olvidar ha significado ignorar que me constituís, que estás en cada fibra, en cada latido, en cada lágrima y en cada sonrisa. Y la verdad es que ya no tengo ganas de ser ignorante.

sábado, 5 de septiembre de 2009

En la Nada Misma.


Recorro los rincones, no encuentro nada más que recuerdos y ausencias que se hacen presentes en cada instante, con cada parpadeo, con cada latido exaltado de un músculo que se siente derrotado. Viviendo entre fantasías ilusas, soñando con espacios llenos de tu presencia es que me repliego una y mil veces, buscando el modo de acomodarme a ésta nueva manera de vivir. Así es como te duplicas una y otra vez en mí, dejándome sólo la tranquilidad de sentirte por dentro y encontrando mis sentidos sobrepasados, colapsados. El alma se me incendia en el dolor, sintiendo ésta culpa que yo misma provoqué con errores sin sentido que hicieron que te alejes. Te miro desde lejos, te siento y anhelo cada segundo el volver a sentirte al lado porque sólo me diste amor. Y eso es lo que basta para todo. Es maravilloso ver cómo un sentimiento eleva al alma, cómo se mete sin permiso en los latidos del corazón, de qué modo opera misteriosamente en nuestras manos, haciendo que transpiren más de lo normal o cómo se entromete en nuestras bocas, haciendo que las palabras se traben en entre sí y no puedan salir.
Y lógicamente, el amor que me alimenta el alma habla por los ojos, por los poros, por la voz… Que pequeño resulta todo cuando me encuentro frente a tu mirada, cuando puedo perderme y encontrarme en un reflejo único que deja la marca de ésta certeza que me recorre el cuerpo. Que insulso puede resultar el resto del mundo cuando me abrazas y me sostenes entre esos dos aleteos. Todo se reduce a nada precisamente porque el sentirte hace que el resto del universo se apague y sólo quiera quedarme en vos, en tu abrazo, en tus ojos, desvaneciéndome dentro de tu beso y queriendo eternizar los momentos en los que estoy al lado tuyo.
Es increíble como los sentimientos terminan rompiendo las palabras, hablando más de los ellas realmente pueden decir, dejando huellas cada vez más profundas por detrás de ellas. Es así de simple. Las palabras me ayudan a hablarte en silencio, dejándote mis amares más sinceros, mis dolores más profundos y todas mis broncas acumuladas en un error.
Soñar no cuesta nada, y si costara creo que lo haría igual… Hoy sueño con encontrar la manera de quedarme en vos, teniendo la posibilidad de sentir esto que me corre por la venas siempre.