sábado, 22 de octubre de 2011

Sudestada


Ahí está, otra vez en el frío rincón, contemplando el vacío. Otra vez de cara al abismo de sus miedos, torturas constantes que el tiempo le forjó. Está en el borde, merodeando los límites de la sinrazón.

No hay aire, no hay luz.

Tan sólo intenta esbozar un par de palabras que no dicen nada, palabras sucias y deshonestas que no pueden expresar ni la más mínima chispa del fuego que le recorre las venas, incendiándose sin fin.

Palabras inútiles que se convierten en silencios feroces.

Solo se escucha el zumbido del viento en la ventana.

Sigue de espaldas al mundo, persistente en sus grietas hondas que le arrancan lluvias constantes, sigue bordeando en puntas de pie, el profundo abismo circulando alrededor de la más alta de las cornisas. Se detiene a mirar, midiendo la altura que le depara, quizás.

Se repliega en silencio, el lenguaje es un instrumento inservible ya.

Respira.

Vuelve a respirar, esta vez más profundamente.

Toma una última bocanada de aire, honda y dolorosa, como un intento final de apagar el incendio.

No se extingue, aún quema hasta en las mejillas, duras por la sal.

Corre en dirección al precipicio con los brazos abiertos y salta.

Ya no le quedaba otra opción más que dejarse caer.

sábado, 1 de octubre de 2011

Él


“Ellos son dos por error que la noche corrige” (Eduardo Galeano)


La tarde, en el frío y con vos.
Vos, de frente a la altura de mi abismo.
Vos, entrometido en las hondas grietas de mi ser.
Vos, que sin más armas que tus ojos, vas invadiendo y avanzando sobre mi campo de batalla.
Vos, que usás tu mirada firme para hacerte un lugar en la lucha que disputan mis deseos y mis miedos.
Miedo, qué palabra más fea…
Pero es el miedo lo que persiste.
Miedo a tener que declararme completamente rendida ante el ataque de tus besos, que poco a poco, van plantando las banderas de victoria.
Miedo a que el juego constante de nuestras manos, se vuelva un vicio.
Miedo a que nuestras bocas se hagan muy amigas, al punto de ser casi inseparables.
Miedo a que tus silencios sigan siendo mis firmes certezas.
Miedo a que continúes como protagonista de las batallas que disputo contra mí misma.
Miedo a que tu piel se combine con la mía y se haga una sola.
Miedo a que tu amor apunte certeramente, dispare y se me haga una herida insoportable.
Miedo a vos, que sin quererlo, te plantaste con preguntas y lograste conquistar mis rincones más escondidos, descubriendo así mis dolores más profundos.
Y tus manos estaban con las mías.
Y tus ojos con mis lágrimas.
El cielo se hizo noche, vos te quedabas.
Hiciste de mis grietas, tu camino.
Pero no te diste cuenta de que mientras más avanzabas, más te descubría.
Así, puro y en silencio.
Instante más y me repliego.
Me das el tiempo necesario para que me recupere con una bocanada de aire.
Con el puñal en la mano, arremeto.
No te defendés. Tu mirada sigue fija, suspendida en el tiempo.
Dos miradas, una batalla atroz.
Y no hay manera de salir ilesos, si elegimos, herirnos con placer.