sábado, 22 de octubre de 2011

Sudestada


Ahí está, otra vez en el frío rincón, contemplando el vacío. Otra vez de cara al abismo de sus miedos, torturas constantes que el tiempo le forjó. Está en el borde, merodeando los límites de la sinrazón.

No hay aire, no hay luz.

Tan sólo intenta esbozar un par de palabras que no dicen nada, palabras sucias y deshonestas que no pueden expresar ni la más mínima chispa del fuego que le recorre las venas, incendiándose sin fin.

Palabras inútiles que se convierten en silencios feroces.

Solo se escucha el zumbido del viento en la ventana.

Sigue de espaldas al mundo, persistente en sus grietas hondas que le arrancan lluvias constantes, sigue bordeando en puntas de pie, el profundo abismo circulando alrededor de la más alta de las cornisas. Se detiene a mirar, midiendo la altura que le depara, quizás.

Se repliega en silencio, el lenguaje es un instrumento inservible ya.

Respira.

Vuelve a respirar, esta vez más profundamente.

Toma una última bocanada de aire, honda y dolorosa, como un intento final de apagar el incendio.

No se extingue, aún quema hasta en las mejillas, duras por la sal.

Corre en dirección al precipicio con los brazos abiertos y salta.

Ya no le quedaba otra opción más que dejarse caer.

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